domingo, 6 de diciembre de 2015

de cirugias innecesarias

Repartidos sobre una mesita como pequeños espejos ordenados por tamaño se encuentran varias hojas afiladas, con cuidado meticuloso selecciono el tamaño correcto, la mano firme y la vista al frente, palpo con mi mano libre el espacio intercostal, busco el lugar adecuado, hay un momento de titubeo mientras el filo del bisturí se posa sobre la piel y luego ejerzo un poco más de presión, se dibujo una fina línea roja, la piel se abre con facilidad y el dolor es mínimo todavía, el corte es preciso y el filo suficiente, una segunda pasada y el musculo quedo expuesto, en este punto el dolor hace temblar un poco mi mano y perlar una capa cada de sudor sobre mi frente, una corte mas y estoy dentro, con el separador mantengo las costillas abiertas, cada giro de la manivela que separa mas y mas las costillas se convierte rápidamente en latigazos recorren mi cuerpo irradiando el dolor hacia todo el cuerpo, con su palpitante epicentro sangrando cada vez con mayor abundancia, la mano ya no tan firme retira el escalpelo y me permito un respiro, un momento para prepararme para lo que sigue, los dedos tantean, buscan, me muevo dentro de la incisión y cada movimiento me crispa en un espasmo de dolor, busco el órgano invasor, con sutileza extiendo mis dedos por su contorno, buscando el lugar en el que se une a mi, donde se alimenta de mi, arterias de reciente nacimiento se extienden y entrelazan por el nuevo órgano irrigándolo, me permito un momento de descanso y el bisturí entra en donde estaban mis dedos que adivinando mas el camino que otra cosa se dirige hacia el suave tejido, rodeando, cortando con tajos cortos y limpios, la sangre mana de la herida pero el trabajo esta hecho, ahora solo queda esperar sobrevivir el periodo de recuperación, solo entonces me permito un solo gemido de dolor, mientras algo que se parece a la nostalgia me invade.

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